
YOSZ.
No podría haber dedicado tanto tiempo a la fotografía sin la compañía de Tifón, Fray y Yack. La obligación de salir con ellos al campo, al monte, por la ciudad, de día, de noche, o al amanecer me enseñó a mirar de verdad, a estar presente en cada escena. Con los perros no hay posibilidad de conversación, sólo el espacio para pensar
en silencio. Puedes hablar en voz alta si quieres, pero ellos no responderán. Esta compañía silenciosa me impulsaba a reflexionar sobre lo que veía y sentía en cada instante. Ahora, Tifón y Fray me acompañan en mis pensamientos, mientras que Yack, con solo cinco años, sigue aquí, activo e incansable, en cada salida.
Cuando voy con otros fotógrafos, además de con Yack, siento que observo menos, que pierdo parte de esa conexión íntima con el entorno. En esas salidas, la atención se divide entre la conversación y la cámara, y se
desvanece el espacio para pensar en libertad, en voz alta o en silencio. Quizá esta soledad buscada es lo que me permite capturar las imágenes que realmente quiero, no sólo aquellas que surgen del azar o del lugar.
Por otro lado, no concibo una fotografía sin palabras que la acompañen, una puerta que introduzca al espectador en el mundo interno del autor. Así, mis fotos van siempre acompañadas de un texto: las palabras que pasaban por mi mente al capturar la imagen, o las reflexiones que surgieron al procesarla, o incluso los pensamientos que afloran al revisarla años después.
Una imagen dice más que mil palabras. Pero una imagen también puede decir más con mil palabras.
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