HIELO, ROCAS Y FRAY

AGUA, TIERRA Y FUEGO

Fray, entre elementos inmóviles de rocas y hielo.  El instante eterno.

Fray, en blanco y negro, su esencia entre lo salvaje y lo sereno. Por,
firme y decidido, delante de un muro rocoso, observándooslos una
silenciosa e inmóvil columna de hielo, tan inmóvil como el tiempo
congelado en esta imagen.

El contraste entre las rocas oscuras y el hielo es casi un símbolo del
propio contra de las manchas negras de Fray sobre su manto de pelo
blanco. Las rocas, imperturbables y resistentes, son testigos del paso
del tiempo, igual que Fray lo fue en nuestras vidas: sólido, presente,
inquebrantable. El hielo, en cambio, evoca lo efímero, lo pasajero,
recordándonos la fugacidad de los momentos, de los días y, en última
instancia, de los años que compartimos con él. Pero eso es la vida, una
enfermedad mortal de la que nos contagiamos al nacer.

En la mirada de Fray parece perciberse una mezcla entre calma y
curiosidad, lo que es literalmente un resumen de la personalidad que le
ha acompañado durante su vida. La fotografía en blanco y negro elimina
las distracciones de color y nos enfrenta a la solidez del momento,
donde solo existen él y ese paisaje.

El silencio de la escena invita a la reflexión. El sonido que uno
imagina, si acaso, es el gorgoteo de una fina película de agua
discurriendo por la superficie del hielo. Un sonido oculto pero
presente, como los recuerdos velados por el paso del tiempo, pero que
siguen fluyendo en los entresijos de nuestra memoria.

Este un momento congelado en el tiempo, pero eterno. Fray, en esa
fotografía, es como una parte indeleble de nuestras vidas, sus huellas
no solo marcadas en la nieve o las rocas, sino también en lo más
profundo de nosotros. Y estes es uno de nuestros recuerdos, entre rocas
sólidas y cascadas heladas.